Experiencia de acogimiento por una persona acogida: «La otra cara de la moneda», por Sara

No es una época que recuerde con claridad, de hecho, tengo recuerdos que podría contar con lo dedos de una mano. No sé si será por la tendencia del cerebro a olvidar experiencias estresantes y duras o por qué. No digo que se me tratara mal ni mucho menos, simplemente pasé de un extremo en el que yo era mi propia regla para hacer y decir según mis creencias, esas que te montas en tu propia realidad, a estar en el otro lado, clasificado como «la normalidad», donde tomaban las decisiones por mí por ser «pequeña», donde no entiendes nada porque tus esquemas mentales construidos por observaciones que no te gustan o sientes que no van contigo se rompen.

Empiezas a ver que todo lo que has vivido no tiene un orden ni sentido fuera del contexto en el que te has desarrollado. Has creado unas armas que no te sirven, se podría decir que sales al mundo desnudo, de nuevo. «La normalidad» que te rodea no es comprensible a tu cerebro, los estímulos nuevos y las experiencias nuevas son como un vampiro de energía mental en el que constantemente intentas aplicar tus esquemas sin resultado alguno, donde te abarcan porqués inexplicables que tienes que asumir con el tiempo y darte tus propias respuestas para poder pasar a la siguiente cuestión, donde nada tiene sentido y tienes que actuar con «normalidad», donde la gente te pregunta cómo estás y ni siquiera sabes si estás a veces, donde ves personas que constantemente te preguntan cosas que no entiendes o vas a sitios que no sabes por qué tus amigos no van, donde no paras de compararte con tu alrededor.

Son una infinidad de cosas las que se pasan por tu cerebro y si las explicase no podría acabar este texto jamás. Desde mi experiencia he tenido momentos buenos y momentos malos, supongo que todos los casos en este ámbito tienen su peculiaridad. Mi decisión en su momento fue volverme con mi familia biológica a pesar de que sabía que en cuanto a necesidades allí no las tendría todas cubiertas y ninguna necesidad de preocupación por ellas. No me arrepiento, pero no puedo negar que me invade la duda cuando pienso qué hubiera pasado si me hubiera quedado. Me gusta quien soy, y eso es lo que más me reafirma cuando lo pienso. ¿Sería quién soy ahora mismo? ¿Hubiera conocido y tenido experiencias maravillosas, entre todo lo malo? Son respuestas que nunca sabré, pero que siempre intento evitar, no sé por qué.

Nunca he entendido mi propio caso, ni siquiera que me dejaran volver ante la situación que se me presentaba. Soy de carácter fuerte, así que supongo que no todas las personas están capacitadas para poder hacer o pensar como yo lo hago, intento ir más allá, comprender, buscar respuestas, ser resiliente y ver el lado positivo o sacar un aprendizaje de cada experiencia, lo que me ha llevado a enfados, decepciones y llantos. Supongo que venderte una «normalidad» inalcanzable y darte cuenta de que no la tienes es un paso difícil. A pesar de ello, a día de hoy soy una persona totalmente diferente, las experiencias me han hecho ser quién soy, tener los valores que tengo y la fuerza que proyecto y pongo en todo lo que quiero y hago. Sé que esto no es un final, ni siquiera se si ese final llegará en algún momento pero intento aprender y resolver dudas en cada paso que doy hacia la madurez, tengo 21 años, así que me queda toda una vida de resolver porqués con las personas indicadas, pero eso es un capítulo de mi libro que todavía no me toca. No es que me lo impongan o me digan cuándo lo debo hacer y cómo, es un chip en ti que sientes, notas y te dice que es ahora, es algo extraño de explicar. Es lo más valiente que hay en todo el proceso, enfrentarte a tu realidad y preguntarle.

Desde aquí, quiero dar las gracias y mi apoyo a todas esas familias que se esfuerzan diariamente en ayudar a niños y niñas en situaciones como la mía. Aunque a veces no lo parezca, todo es un paso hacia la autonomía y el desarrollo.